Por
Claudia Castro
Llevaba
algunos meses queriéndome embarazar y no´más nada. A finales del 2012 platiqué
con mi esposo y acordamos que antes de que se convirtiera en un deseo
frustrado, dejaríamos ese tema por la paz y nos refugiaríamos en la idea de que
los tiempos de Dios son perfectos y el bebé llegaría cuando tuviera que llegar.
Empezó
2013 y un día mientras escribía la nota del día siguiente, caí en cuenta que
llevaba algunos días de retraso. Repasé cómo me había sentido los últimos días y enseguida supe que estaba embarazada.
Corrí
a comprar la prueba de embarazo, los nervios estaban a todo lo que daban. Salió
positivo, mis manos y piernas temblaban, sabía que era cierto porque tenía los
síntomas, pero no lo podía creer. Tan no lo creí que se lo dije a Juan Manuel,
mi esposo, hasta el día siguiente.
Al
otro día volví a hacerme otra prueba. ¡Es que de verdad no lo creía!... Para
cuando Juan Manuel regresó del trabajo se topó con un regalo que le había
dejado en su buró. Contenía una mamila con la prueba de embarazo y una carta.
Apenas
lo abrió no pudo contener las lágrimas y obviamente ¡yo menos! Nos abrazamos,
lloramos y lloramos y lloramos… Entre que somos sensibles, cursis y la noticia
simplemente nos volvía locos porque creímos que tendríamos que esperar otro
rato antes de ser papás, ese día se convirtió en uno de los mejores de nuestras
vidas.
Y
aunque fue un bebé deseado, también la noticia me llenaba de muchos nervios. Me
daba mucha emoción pensar en su llegada, pero a la vez me llenaba de dudas y
temores sobre si sería una buena madre, si estaba preparada para tener a un
bebé entre mis brazos.
Sinceramente
creo que me convertí en mamá en el mejor momento de mi vida. No porque
estuviera preparada para serlo (hoy mismo me pregunto si lo estoy), sino porque
tenía plena conciencia de querer ser mamá.
Disfruté
desde ese primer momento en que supe que un pedacito de mi esposo y mío crecía
dentro de mí, hasta los antojos, los achaques, las apapachadas que yo misma me
daba dándome el lujo de dormir cada que podía o tomar un baño caliente.
Disfruté
ver crecer mi panza, acariciarla hasta decir basta, tomarme fotos, las visitas
al ginecólogo y que la doctora me dijera que todo iba perfecto, enterarme que
sería mamá de un niño y preparar su llegada, las atenciones y cuidados que
tenían mis compañeros y jefe, y hasta podernos estacionar en lugares para
embarazadas, jajaja!
Fui
tan feliz mientras lo sentí crecer dentro de mí, pero creo que aún así no se
compara con ver sus ojitos, besuquearlo, cargarlo, escucharlo reír. Son etapas
distintas y uno tiene que soltarse a disfrutar. Ser la mamá de Mateo ha sido la
bendición más grande de mi vida y aunque cada día saltan nuevos temores, en
ninguna otra etapa de mi vida había sentido esa confianza en mí misma para
pensar que puedo enfrentarlos y vencerlos.
me encantó!! lloré creo que todo el artículo!! jaja.. un besote a los tres
ResponderBorrarYo también lloré jajajajaja
BorrarMuchas gracias Ceci, qué bueno que lo disfrutaste!! Es recordar y emocionarse otra vez! Beso para ustedes también!!
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