viernes, 12 de diciembre de 2014

Si quiero ser mamá

Por Luz María Jiménez*


Llevaba cerca de tres días de retraso, pero no me preocupaba porque sentía algunos síntomas premenstruales, aunque no del todo claros. Lo único extraño es que me daba mucho sueño y me quedaba dormida al leer el material de una investigación para mi tesis.

Pasaron tres más y nada, no me bajaba. Empecé a preocuparme. A los dos días decidí ir al laboratorio a realizarme una prueba de embarazo. Esperé los resultados con cierto nervio, sentía incertidumbre. Cuando me los entregaron los leí, pero no entendí nada. Los números mostraban una cantidad de “algo” en mi sangre y la cantidad de referencia. 

Decidí que lo mejor era visitar al ginecólogo. Lo hice sola, sin decirle a nadie. Esperé en una sala acogedora a que el médico me atendiera, hojee una revista y poco después tocó mi turno. Le expliqué a mi doctor algunos síntomas y enseguida entré al área de revisión.

No recuerdo cuánto tiempo pasó entre mi llegada, la conversación de rutina y el momento en que me instalé para la revisión. El doctor introdujo algo en mi cuerpo y vio su monitor. “Estás embarazada”, -me dijo-. Observé un pequeño punto en la pantalla y el tiempo se paralizó, sentí frío en mi cuerpo, un apretujón en el estómago y comencé a temblar. No recuerdo lo que me dijo el médico después. Fueron segundos, que parecieron horas, no lo sé. 

Me incorporé y me vestí. El doctor ya me esperaba en su oficina. Cruzamos algunas palabras. Sólo recuerdo que le dije que estaba sorprendida, que no era algo que esperaba, no por el momento, quizá en uno o tres años más, pues tenía planeado titularme. Él respondió que no veía mucha diferencia en el tiempo.

Salí, me subí a mi coche y comencé a llorar. No lo podía creer, llamé a una amiga y le dije que no sabía qué hacer. A mi novio no le quise contestar. Llegué a mi casa, seguí llorando. Tenía miedo, ¿cómo se lo iba a decir a mi mamá?, ¿cómo iba a enfrentar esa responsabilidad si apenas dos meses atrás había perdido mi empleo?

Por la noche mi novio llamó y no aguanté más, le di la noticia por teléfono. No tuve la oportunidad de ver su reacción, sólo me dijo que estaba bien, que iría a verme.

No sé como describir lo que vino después. Entre mi enojo, frustración, miedo, confusión busqué una de esas clínicas para abortar. Él me acompañó. Entré a una revisión con el médico que me lo practicaría. La clínica tenía una apariencia horrible, se veía insalubre, mal acondicionada, con apenas un poco de luz. Dentro del consultorio el médico me realizó un ultrasonido. Observé un punto ahora más grande  y escuché, por primera vez, un ruido extraño. Era el corazón de mi bebé.

El médico fue muy claro: “de una vez te digo que es un procedimiento complicado, hay probabilidades de que salga bien o en el peor de los casos te perfore la matriz y haya una hemorragia interna”. 

Salimos de la clínica confundidos, con miedo. Mi novio, ahora esposo, no quería que lo hiciera, insistía en que me iba a apoyar y no me dejaría sola. Realmente no me sentía segura de hacerlo, creo que sólo tenía miedo de cómo enfrentar la situación. Subimos al coche y nos fuimos. Decidí que tendría a mi bebé, que si había muchas madres valientes y trabajadoras que luchaban por sus hijos para sacarlos adelante, yo también podía hacerlo. Decidí que cualquier cosa que hiciera sería con él a su lado, tomados de la mano y así ha sido. 

Voy a cumplir seis años como mamá y a pesar de tantas circunstancias no me arrepiento de haber tenido a mi bebé.  Es una gran bendición que me ha dado la vida y un niño maravilloso.


*Periodista de profesión. Mamá de tiempo completo. Me encanta correr y cada proyecto lo hago de la mano de mi familia



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