martes, 21 de octubre de 2014

Paciencia, mi mejor estrategia para ser mamá

Por Claudia Castro


En los casi 14 meses que llevo como mamá, he aprendido tantas cosas de Mateo, que este breve espacio no me alcanzaría para describirlas.

Sin embargo, durante estos meses me he encontrado con una parte de mí misma a la que no le había sacado su potencial como lo estoy haciendo ahora.

No sé si en realidad tenga algo que ver con que, como buena Virgo, soy extremadamente perfeccionista y si algo me molesta (o me molestaba hasta antes de Mateo) era que las cosas no me salieran como yo quisiera.

Y como era lógico, cuando me convertí en mamá, todas las cosas que vivía me estaban tomando tan de por sorpresa, que nada me salía como yo pensaba que las cosas tenían que salir.

Recuerdo el día que me quedé sola por primera vez a los pocos días de haber nacido mi hijo: Mateo lloraba, yo no entendía cómo es que decían que una mamá sabe qué tiene su hijo con tan sólo escucharlo llorar. No sabía cómo sacarle el aire después de comer, siempre se quedaba con hambre y por más que lo arrullaba no quería dormir. 

Él lloraba y yo junto con él.

No sé qué hubiera hecho esos días en los que las hormonas, el cansancio y la falta de experiencia me llevaban a pensar con frecuencia que no estaba siendo una buena mamá, si no hubiera tenido el apoyo que todos los días me daba Juan Manuel, mi esposo.

Y en esos días aprendí a ser paciente para disfrutar de mi nuevo papel de mamá. Dejé de pensar en que las cosas tenían que estar fríamente calculadas (¡Al menos no en esto!) y empecé a actuar con paciencia y a entender que los tiempos de mi hijo son diferentes a los míos.

Probé mil formas para intentar sacarle el aire hasta que por fin lo conseguí, he querido dormirlo de mil maneras hasta que ahora basta con que nos abracemos a ver un video para bebés que termina por conciliar el sueño.

Soy paciente cuando no quiere dormir y lo soy también cuando comienza a hacer un berrinche porque en aún esos momentos, lo miro a los ojos, mantengo la calma y así trato de transmitírselo, le digo que comprendo su sentimiento pero también que no tiene por qué actuar así. Y hasta ahora me ha funcionado.

En medio de todo esto me he soltado a disfrutar. A ser menos clavada en la perfección, ver más allá de las altas metas y sentirme una mamá plena con tan solo verlo jugar con mis perros, porque dicho sea de paso, ese es uno de los momentos que verdaderamente me llena.

A su lado he aprendido que la vida es mucho más sencilla que las telarañas que uno como adulto comienza a construirse y que terminan por convertirse en obstáculos.

Ahora disfruto de las cosas simples de la vida, como lo hace un niño, pero con las vivencias que me han dejado mis 31 años.


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