martes, 18 de noviembre de 2014

¡Alto!... Yo soy la mamá

Por Claudia Castro




Les seré franca: cuando nació Mateo, decidí que mi esposo y yo enfrentaríamos ese momento solos. No quise irme a casa de mis papás, ni que ellos vinieran a la mía y tampoco quise recibir apoyo por parte de la familia de Juan Manuel.

No es que me sintiera autosuficiente, en esos momentos estaba muuuuy lejos de serlo. De hecho muchas veces Juan Manuel me insistió en que pensara bien esa decisión, y justo lo que me orilló a tomarla fue que yo no quería a nadie más, además de mi esposo obviamente, opinando sobre lo que tenía que hacer con mi hijo.

Generalmente los mayores, ya sean los papás, las tías, los suegros, hasta los amigos que ya pasaron por esto se sienten con la autoridad de darte consejos sobre lo que estás haciendo con tus hijos. 

Parte de la naturaleza humana es criticar todo el tiempo lo que hace el otro, asumiendo que uno lo haría mejor, o como dice el refrán “vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”.

Era claro que como madre primeriza iba a cometer muchos errores a pesar de que había consumido mucha información durante los meses previos al nacimiento de mi hijo. Lo tuve claro cuando nació Mateo y lo tengo claro ahora. 

No hay un manual de cómo ser un buen padre (¡Ojalá lo hubiera!) y las cosas que le funcionan a una mamá, no son las mismas que aplican con otra. Cada quien sus hijos, sus métodos, sus costumbres, sus hábitos, cada familia, cada papá, cada niño es diferente y qué maravilloso que exista esa diversidad.

No les voy a negar que he lidiado con comentarios como “deberías de ponerle un gorro al niño”, “no deberías dejar que tus perros se acerquen tanto a Mateo”, “deberías de dormirlo más temprano”, “no deberías de acostumbrarlo a los brazos”, “deberías de combinarle tu leche con fórmula para que se vaya acostumbrando”… ¡En fin! Y hay comentarios bien intencionados y otros que quizá no lo sean tanto y nos hacen incluso dudar de nuestra propia capacidad como  mamás.

Con apenas un año y 2 meses que llevo como mamá me queda claro que no soy perfecta, pero también que yo soy la mamá, con las responsabilidades y las consecuencias de las decisiones que esto conlleva. Y en eso es algo en lo que mi esposo y yo nos hemos puesto de acuerdo: los papás somos nosotros.

Sabemos que en nuestra casa, las reglas las ponemos él y yo, y tratamos que esos acuerdos permeen incluso hacia las personas cercanas con la educación de Mateo -como es el caso de mi papá que participa muchísimo en el cuidado del pequeño- para no desvirtuar temas tan importantes para la crianza de un hijo como lo es la autoridad.

Así que les comparto algunos tips que me han funcionado con los comentarios “metiches”:

1. No te enganches. Escucha los comentarios, buenos y positivos que te hagan, toma los buenos y ni te desgastes en responder a las críticas. Piensa que no le podrás dar gusto a los demás, pero al final, no venimos a este mundo para eso, así que qué te preocupa.

2. Establece límites. Aunque no ha sido mi caso, si considero importante que cuando algún familiar se entromete demasiado en la educación de tu hijo, de manera respetuosa le hagas saber que le agradeces su preocupación, pero tú estás consciente de lo que estás haciendo.

3. Genera acuerdos. Ya sea con tu pareja y/o las personas que están involucrados en la educación de tus hijos -como pudieran ser los abuelos- platica sobre los aspectos básicos que quieres inculcarles y cómo quieres lograrlo. Esto te ayudará a evitar que uno sea el bueno y otro el malo de la película, lo cual termina complicando la situación cuando se trata de poner límites.

4. Asume tus decisiones. Es muy fácil decir que si hiciste o dejaste de hacer fue porque te lo recomendó tu suegra. Recuerda que el hijo es tuyo y quien toma la última decisión eres tú.

5. Haz lo que te dicte tu corazón y no dudes de tu capacidad. Si tú quieres cargar a tu hijo, cárgalo todo lo que quieras, hasta que te canses. El día de mañana comenzará a caminar y a ser más independiente, o será un niño grande que no querrá seguir en los brazos de mamá.


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