viernes, 14 de noviembre de 2014

Los remedios de las bisabuelas

Por Clara Zepeda*




Se acercaba la Semana Mayor, como la llama la religión católica, cuando María José comenzó a presentar fuertes cuadros de fiebre, alrededor de 39 grados. El miércoles santo Majo ya no fue a la guardería, sino a urgencias en el hospital donde nació en enero de 2013.

Le diagnosticaron una fuerte infección en la garganta; pero le mandaron hacer unos estudios de orina para descartar algunas otras infecciones, los cuales no revelaban ninguna alteración.

En el día, Majo jugaba con desgane y se le comenzaron a hundir sus ojos; de ratos regresaba la fiebre, habría que bajársela dándole baños con agua tibia. Dos madrugadas molestamos a la doctora llamándola a su celular, pero no nos resolvía nada.

Los familiares de mi esposo y mis familiares, principalmente nuestros padres, comenzaron a preocuparse, Majo parecía apagarse y no sabíamos qué le estaba pasando, la medicina no le hacía efecto.

Llegó el viernes santo y Majo parecía recuperarse, pero seguía débil y sin probar  mucho bocado.

Una tía había llegado de Dolores, Hidalgo a visitar a su hija, quien vive muy cerca de la casa de mis padres. Fue mi mamá quien se encontró a mi tía Rosa en la calle. Le platicó que mi hija estaba enferma y que la medicina no le hacía nada.

Mi mamá inmediatamente me llamó para que llevara a Majo a su casa y mi tía Rosa la curara de empacho y después de espanto. No era nada nuevo para mi estos conceptos, mis cinco sobrinos de alguna manera los curaron de eso cuando eran bebés.

No dude ni un minuto, tome a Majo, unos pañales y una muda de ropa y corrí a casa de mis papás. Tenía que buscar otra opción, curarla de empacho o espanto, no le iba a afectar y necesitábamos levantar a Majo.

Cuando llegué a casa de mis papás, mi mamá ya tenia el pan puerco, el aceite de olivo y el te de limón ya listos.

Para muchos doctores no existe el empacho, creen que son inventos de nuestras abuelas, bisabuelas y tatarabuelas; sin embargo, yo si creo que el empacho puede deteriorar la salud de las criaturas.

Comenzó a sobar el estómago de Majo con pan puerco, después su espalda y llegó el famoso “tronar su espinacito” y sí que tronó. Le ofrecieron el aceite de oliva y el té de limón. 

La dieta era, sopa de fideo con caldo de pollo y una alita de pollo desmenuzada. Así fueron tres días. 

Yo tenía fe de que algo podría ayudar a mejorar la salud de Majo, pero mi esposo estaba incrédulo, siguiendo la opinión de los doctores.

Y sucedió, Majo comió su sopita y comenzó a levantarse. “Es una maravilla el pan puerco”, pensé. 

Las medicinas que le habían recetado los médicos no surtieron el efecto que tuvo sus curaciones de empacho durante tres días.

La explicación de mi tía Rosa fue que los bebés se empachan con su propia saliva cuando les están saliendo sus dientes. Y a Majo se le vinieron cuatro de un jalón.

Un día después de que terminó con su curación de empacho, vino la del espanto, con un huevo y un poco de loción, mientras se reza el Credo. Le colocaron un listón rojo en su pie y en su muñeca.

Majo comenzó a dormir tranquila, a recuperar su color y a volver a correr y a escalar sillones.

No lo sé de cierto, pero pienso que los remedios de nuestras abuelas tienen su razón de ser, las cuales se pueden complementar con la ciencia de los doctores.

No obstante, considero que no hay que cerrarse a experimentar las curaciones de empacho o de espanto. Uno se puede llevar una grata sorpresa y ayudar a que nuestros bebés no la pasen mal, ya que no nos pueden decir qué les duele o molesta.


*Como lo describiría mi heroína favorita (Mafalda): María José y yo nos graduamos el mismo día.
Soy reportera de la fuente financiera y amante de la novela policíaca.

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