viernes, 28 de noviembre de 2014

Cuando conocí la maternidad

Por Rocío Pizaña*




Nunca tuve tanta ilusión como cuando supe que venía en camino. Nunca me sentí tan tranquila como cuando escuché los fuertes y a la vez frágiles latidos de su corazón por primera vez.

Nunca sentí tantas "mariposas en el estómago" como cuando sus primeras pataditas golpearon mi vientre y nunca me sentí tan impaciente como cuando veía pasar la semana 36, 37, 38 y sabía que en cualquier momento llegaría.

Nunca creí sentir tanto miedo como cuando la pusieron por primera vez en mis brazos, ni tampoco cuando salí del hospital y vi el mundo tan grande para mi hija tan pequeña.

Nunca sentí tanto orgullo como cuando vi que con esfuerzo me dirigió una mirada por primera vez.

Nunca me sentí tan frágil, tan mujer, tan desnuda al mundo como cuando me convertí en madre. 

Ahora que soy vanidosa y presumo primeras sonrisas, muecas, dientitos y primeras veces de todo de mi hija créanme que puedo asegurar que nunca había amado como amo desde que ella existe.

Ahora amo como madre porque cuando conocí la maternidad fue como sí me hubiesen dado un soplo de vida y comenzó cuando vi pasar a una enfermera cargando su pequeño cuerpecito. Todo valió la pena por ese momento -es mía, es tan indefensa y es mía- pensé.

Atravesé por todos los sentimientos a la vez: miedo, porque ser madre es sentir responsabilidad de la vida de alguien más, incredibilidad, porque el simple milagro de la vida merece este sentimiento, amor propio, porque nunca me sentí más útil que cuando esa mujercita hambrienta buscaba mi seno materno con desesperación. 

Estoy segura que todas las buenas madres nos sentimos así cuando conocemos a nuestros hijos y aunque ese momento sea por mucho el más doloroso de nuestras vidas; más de una mamá -incluyéndome- ha dicho: "quisiera volver a estar ahí".


*Soy una Nutrióloga en estado de pausa viviendo la maternidad con mucha entrega y amor.


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