domingo, 16 de noviembre de 2014

Las garras de Mateo

Por Juan Manuel Anguiano*




Veo las manos de mi hijo dormido y son como las garras de un tigre o un león cachorro, que aunque son de tamaño pequeño, denotan el poder y la fuerza que tendrán en unos años. Lo he notado desde que estaba muy pequeño, sus manos son fuertes y amplias. Decía mi abuela que la gente de manos grandes es gente trabajadora, yo espero que el adagio sea un vaticinio también de mucha prosperidad y abundancia.

Pero ya me estoy desviando, comencé hablando de las manos de Mateo porque quiero decir que me hace muy feliz jugar con él jalarlo, cargarlo, aventarlo, rodarlo y todo lo que hacemos, que suele ser mucho de contacto físico, desde un abrazo hasta una guerrita en la cama.

Ver crecer a nuestros hijos es un privilegio que muchas veces –por las preocupaciones y ocupaciones de la vida diaria- no nos damos el tiempo de valorar a cabalidad. 

Jugar con ellos y ver como cada día aprenden cosas nuevas es realmente una bendición. Son nuestros cachorros, literal, nuestras crías, a quienes debemos procurarles no sólo los cuidados necesarios para que no se accidenten ni se lastimen, sino sobre todo nuestro amor y dedicación para que puedan crecer no sólo en talla y peso, sino también en generosidad, en autoconocimiento, en plenitud, en disfrute.

Veo las garras de Mateo mientras duerme y pienso que en algunos años será más alto que yo. De ser padre, aunque raro, ver que tu hijo te rebasa y te deja atrás. Es la ley de la vida. A nosotros nos toca hoy hacer el relevo y tratar de corresponder lo mejor que podamos a todos los cuidados que nuestros papás nos prodigaron.

Mis papás han sido extraordinarios, y realmente dejaron la vara muy alta. Recuerdo que un día cuando era un adolescente le dije a mi papá que me sentiría realizado si algún día mis propios hijos –si es que los tenía- podrían sentir el mismo amor, admiración y respeto que yo sentía hacia él. Se rio medio incómodo, porque es un hombre al que no le gusta mucho recibir adulaciones, pero se lo dije con toda honestidad. Hoy que veo los retos que implica ser papá pienso en él y lo admiro aún más.

Quizá él también veía mis manos como yo ahora veo las de Mateo y reflexionaba sobre lo que yo sería cuando creciera.

No sé si lo que he hecho en mi vida esté lejos o cerca de esa idea –ellos siempre fueron y han sido  muy respetuosos de las decisiones que tomamos mi hermano y yo- pero lo que sí puedo decir es que hoy más que nunca lo entiendo y hoy más que nunca quiero ser como él. 

Hoy quiero que mi hijo cuando tenga 37 años una tarde cualquiera se siente a pensar en lo que ha sido su vida y quizá, con algo de suerte, vea a su propio hijo dormido y piense en su futuro, recordando los momentos en que su viejo jugaba con él en la cama, desgranando risas como si el tiempo fuera infinito y el mundo no fuera otra cosa que un gran patio de juegos.


*Periodista y consultor en temas de comunicación, relación con medios y manejo de crisis. Creo firmemente en que somos más los buenos y que sacaremos adelante a este país, por nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos.



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